Desde el día en que apareció esta columna, vengo machacando, con tanto entusiasmo como poca fortuna, sobre el papel relevante de RTVE en el convulso mercado de la comunicación en España y más concretamente sobre cómo potenciar a TVE para que pueda ser la televisión pública que nos merecemos los españoles, sea cual sea nuestro ideario.

La referencia se llama RTVE

Desde el día en que apareció esta columna, vengo machacando, con tanto entusiasmo como poca fortuna, sobre el papel relevante de RTVE en el convulso mercado de la comunicación en España y más concretamente sobre cómo potenciar a TVE para que pueda ser la televisión pública que nos merecemos los españoles, sea cual sea nuestro ideario.

En esos comentarios, meros aullidos al viento, que diría Ginsberg, he intentado racionalizar los temas pendientes de la que fue, en tiempos peores a pesar de Jorge Manrique, la única televisión en nuestro país y que, ahora sin los medios necesarios es, la mayoría de las veces, mera comparsa del duopolio que nos agobia con su voracidad de ingresos.

Me he colocado, por ejemplo, del lado de los anunciantes, que verían con alivio un emisor con tiempo limitado de emisión de anuncios para romper el círculo, no sé si vicioso o virtuoso, según se mire, donde se etrellan campaña a campaña, día a día.

Me he colocado del lado de los espectadores y también de los participantes (lo de inter-actuantes, a pesar de la moda, me parece guasa fina) que ven que acontecimientos deportivos (fútbol) o culturales (cine) parece que sólo son patrimonio del duopolio, oligopolio si incorporamos a nuestra primera multinacional, debido a las penurias presupuestarias de la pública.

Me coloco, en fin, del lado de quienes todavía vemos en la televisión y la radio dos poderosas ventanas de comunicación que nos ponen al día de lo que de verdad nos importa: lo que pasa en el mundo que nos ha tocado vivir. Todo esto viene a cuento por los atentados de París de la noche del viernes 13 de noviembre. Sólo el Canal 24 Horas de TVE de modo continuo y el programa El Cascabel, de 13TV, abordaron el acontecimiento que nos situaba en la cruda realidad de aquella noche. El primer programa de TVE, que emitía una película, interrumpió esa emisión en varias ocasiones para unirse al programa de su canal de noticias que dirige y presenta Sergio Martín.

En Mediaset, que no cambió su programación en Telecinco ni en Cuatro, hubo solamente una mínima información sobre los atroces atentados en un programa de cotilleo, sin duda más importante para la audiencia que el horror de París, y en Atresmedia más de lo mismo en Antena3 y La Sexta, a excepción de un boletín informativo a deshora. Mientras tanto, en 24 Horas, que ocupó más de tres horas y media de su tiempo en informar, se agolparon en algún momento de esa emisión 5.700.000 espectadores con una cuota acumulada del 13%. Porque, aunque Mediaset se escudara, en su paupérrima escusa, en que habían decidido “con los medios (*) previstos en la redacción” concentrarse en los medios online, la verdad pura y dura es que lo suyo respecto a la televisión está muy claro: puro espectáculo de vodevil o comedia. (*) ¿Pocos? Y la televisión, mal que pese a muchos, es todavía un soberbio vehículo informativo que, además cataliza (es decir, hace más veloz) cualquier movimiento viral de la red. Y no se puede separar de manera arbitraria al público objetivo de uno u otro soporte (como por cierto no se hace cuando de captación de ingresos se trata) porque todos los públicos, de la clase, condición o sexo que se trate están mezclados hoy en día y aún a los partidarios acérrimos del pan y circo, les interesa y les gusta (lo necesitan igual que los demás) estar informados puntual y objetivamente.

Lo que me resta es pedir al nuevo gobierno, sea de derechas, izquierdas o mediopensionista, que salve a RTVE: de verdad que nos lo merecemos.

Que sean buenos.